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ISSN 1556-4975
A journal for poetry, criticism, reviews, stories and essays published by Ricardo and Isabel Nirenberg since 1998
Lunes 5 de enero. Dow Jones: 9.027
Rio Rancho, New Mexico. 8:30 AM
Guadalupe tiraba de las plumas de los pollos que se iban sucediendo en la cinta de la poultry planta. Anita decía que en España le decían “polla” a la verga. Luisa que no entendía cómo el pene tenía nombre de hembra y Raquel que agarraba por el cuello un chicken pelado y le mostraba que era igualito a un pene moribundo. Pero por qué hembra? Entonces Laurita, que es uruguaya pero se la pasa leyendo cosas de mexicanos, decía que Quetzalcóatl había creado la humanidad chorreando sangre de su pene, y levantaba un pollo recién degollado para ilustrarnos, decía la muy tonta.
Esa vez, dice Guadalupe, me había atrasado media hora porque pasé por el Dollar a comprar un par de cositas. El Jackson me observó, pero no podía decirme mucho porque en meses esa había sido la primera vez. Raquel y Lupita comentaban los precios de las verduras en el farmers’ market cuando de repente se sintió un cimbronazo. No era ruido. Era uno de esos golpes que una siente por dentro, como si de repente una cayera por un precipicio sin caer. Todos miraron para todas partes hasta que vieron que la ola muda venía de la entrada de la planta. Lucía preguntaba qué estaba pasando.
Primero un hombre de sobretodo negro hablaba con el Jackson que negaba con la cabeza. Después entró otro hombre igual al primero y los tres se metieron en la oficina del Jackson. Había una denuncia anónima. Entonces María, que tenía más tiempo allí que las otras, se sacó los guantes y abandonó el puesto. La siguió la Paca y después de una nerviosa indecisión Guadalupe. Pero no tuvieron tiempo de escapar porque se les habían adelantado cien o ciento cincuenta obreras más y dos policías lockearon la puerta de salida.
Nos sacaron al frío y nos pusieron en fila contra el muro. Yo tenía unas ganas horribles de ir al baño y el frío me daba calambres en la vejiga. Habría hecho cualquier cosa que me pidieran con tal de que me dejaran ir al baño, pero la respuesta era siempre “don’t move”, lo que tal vez significaba que no me habían entendido, decía María José. Guadalupe no decía nada. Temblaba por dentro y por fuera.
Yo lo único que pensaba era en Maicol, mi chiquito, que si me llevaban no iba a poder darle su besito de todas las mañanas cuando lo dejaba con Florita. Y Florita, pobre niña, qué iba a hacer para alimentarse ella y darle de comer al Maicol. Le dije a la policía que tenía dos niños que cuidar, que fueran buenos y me dejaran ir y las otras protestaron que todas tenían hijas y tenían hijos y algunas también tenían maridos y casas y se iban a quedar sin nada, así que me callé y me puse a llorar como una tonta.
—Keep quiet! Don’t move!
Como una tonta, porque en mi caso tenía hombre, y hombre bueno como José, que cuidase de ellas.
—Keep, keep quiet, you’re making too much noise!
Aunque José no era el padre yo sabía que él iba a cuidarlas lo mejor que pudiera. Su mayor problema era que en la construcción un día estaba aquí y el otro tenía que irse a otra ciudad o a otro estado. Y cuando lo mandaban en el camión con carga podían pasar diez días que no lo veía. Era un buen hombre el José.
“Yor aydí”, me dijo la mujer cuando me tocó. Y yo que no había estado atenta a lo que hacían las otras porque no podía dejar de pensar en el Maicol y la Florita no supe qué hacer y la mujer policía me gritó más fuerte, “yor aydí”.
—Your ID —le repitió una de las obreras que estaba al lado—. Quiere que le muestres tus papeles.
Yo le di lo que tenía. El carné y el cartoncito que me dio el Jackson cuando entré a la planta. La mujer policía miró el cartoncito de un lado y del otro, escribió algo en una maquinita de esas que usan en el Wal Mart para cambiar las ruedas del auto y llamó a otro.
—Mejor no hubieses traído el Social —le dijo la otra sin mirarla. Es mejor que te deporten a que te agarren con un número falso.
—Y yo qué iba a saber, si me lo dio el Jackson.
—Ese es un chanta —dijo la argentina que todavía no había sido revisada—. Ese es el peor de todos.
—Pero yo no sabía —insistió Guadalupe.
— You had to know it —dijo la mujer policía mientras esperaba con la radio en la mano.
Las demás se callaron. La mujer de la Migra las estaba entendiendo desde el comienzo. Cómo no se habían dado cuenta, con esa cara de Niurca Marcos? El problema de las Niurca Marcos es que nunca se sabe si son latinas o americanas ni cuando abren la boca. No tienen acento cuando hablan inglés porque están acá desde chiquitas, pero entienden hasta los más sutiles insultos en español. Pero si te las imaginas sin el uniforme y con el pelo sin teñir y sin los lentes de contacto celestes, enseguida te das cuenta que son como nosotras. Por eso las contratan y por eso ganan tanta plata, son imprescindibles a la hora de cazar ilegales. Después, cuando te llevan a un abogado de oficio, si es que te llevan, dicen que te ponen uno que habla tu lengua nativa para proteger tus derechos y luego resulta que el tipo apenas distingue entre coger una polla en México y coger una polla en España.
La Niurca me agarró de un brazo y me sacó de la fila del muro. Le pregunté adónde me llevaba y no me dijo nada, como si de repente no entendiera.
—Tengo un niño de quince meses y una niña de diez años que me están esperando. Soy el único sustento de ellas. La más grande cuida al chiquito pero si no llego de tarde la grandecita se va a poner muy asustada. Al menos déjeme hacer una llamada.
Guadalupe saca el celular de un bolsillo y la mujer policía se lo quita.
—Por favor, señorita, necesito llamar a la niña. Está solita en la casa.
— That’s illegal too —dijo finalmente la mujer policía y empujó a Guadalupe dentro de una furgoneta blanca con rejas en las ventanas.
Cuando llegaron al departamento de policía clasificaron a las obreras en distintas secciones. En un cuarto impecable, como el del doctor Durham, una mujer parecida a Jennifer López le indicó que se desnudara después de sacarse de encima todos los personal stuffs. Mientras Guadalupe buscaba en sus bolsillos, la Jennifer se encondonaba las manos con guantes de látex blanco como si fuese a operar a alguien o como si fuese a revisarle la vagina, como la partera que la atendió de apuro en Houston y metía su mano en el útero ensangrentado de Guadalupe como si estuviese destapando una cañería.
En un recipiente de plástico gris, como en los controles de entrada de los federal buildings y dice Ernesto que en los aeropuertos también, Guadalupe puso todas sus pertenencias personales. El reloj de José. Un lápiz de labios que usaba contra el frío. Las pulseras de fantasía para Florita. Pero los yanquis no saben qué es eso de los Reyes Magos. Ni siquiera la Jennifer que debía ser otra latina y que etiquetó el recipiente gris como personal property, porque para los yanquis eso es sagrado. Como la ley, porque este es un país de leyes, a diferencia de México, de donde tuvo que huir Guadalupe con la Florita. Dos dólares y monedas que sobraron de los cinco con los que pagó los regalos. Las llaves del apartamento junto con el llavero-linternita que le regaló José. Maiquito era ciudadano, porque aunque el monstruo de Inocencio la embarazó en Morellos, ella lo parió en Texas. “Pequeño yanqui de mi corazón”, le decía bromeando José. El ticket arrugado del Dollar. La cartera con el perfume y las toallas femeninas las había olvidado en el locker de la planta. Más monedas de quarters, que Guadalupe no sabía de dónde salieron. Y el autito rojo que compró en el Dollar del People Plaza, porque mañana era Reyes y a Maiquito lo volvían loco las rueditas que llamaba “tiqui-tiqui” como llamaba “mamá” a la puerta cuando se abría.
Mamá quería decir mamá pero también quería decir la puerta se abre. Ahora, cada vez que la puerta se abre mamá quiere decir no está, se fue, tiqui-tiqui.
Jorge Majfud es un escritor uruguayo doctorado en la Universidad de Georgia, que ha enseñado en la Universidad Lincoln de Pennsylvania. En este momento enseña en la Universidad de Jacksonville. Sus cuentos, ensayos y novelas han sido traducidos a varios idiomas. Su última novela es "La Ciudad de la Luna" (Baile del Sol, 2008). Su novela "Crisis", que aparecerá pronto, trata de las vidas de los hispanos en USA.