Gombrowicz está en nosotros.
por Juan Carlos Gómez.

Yo conocí a Gombrowicz en Buenos Aires en al año 1956 en la confitería Rex, un lugar de bohemios y de artistas donde también se jugaba al ajedrez. Se presentó como un poeta polaco y me dijo: "Con permiso le voy a recitar mi último poema".

Chip, Chip me decía la chiva
mientras yo imitaba al viejo rico
Oh rey de Inglaterra viva
El nombre de tu esposa Federico

Y el 8 de abril de 1963 a bordo del Federico C. cuando regresaba a su Europa después de 24 años de exilio en Argentina, alineó a los amigos y alejándose un poco nos dijo: "Con permiso, los voy a mirar como si fuesen una fotografía".

Durante estos ocho años llegó a ser mi mejor amigo porque entre aquel poema poco serio y esta última frase melancólica Gombrowicz se convirtió para mí en algo inusitadamente importante y conmovedor tanto que hasta hoy no he logrado desprenderme de él.

Pero a quién le puede importar, excepto a mí, cuál es la naturaleza de los infinitos puntos del camino que hemos recorrido juntos. Voy a recordarlo de otro modo.

Gombrowicz es una conciencia personal y dolorosa del hombre que reclama por los derechos que el individuo ha cedido a lo general y a lo abstracto, pero no desde arriba sino mezclado entre nosotros, con ruido histriónico y arrodillado ante lo humano.

La fidelidad a sí mismo lo condena a la vieja soledad de Kierkegaard y Schopenhauer pero de una manera diferente, pues mientras ellos pusieron el énfasis en su obra y desde ese acento lograron reestablecer el pacto original con la vida, Gombrowicz, en cambio, se viste con el traje de persona privada, enciende su pipa y permanece en la tierra, como un rey de incógnito, para resistir las amenazas de una civilización forzada a trabajar sin descanso en la fabricación de inteligencias, doctrinas, artes, ciencias, morales y responsabilidad. Pelea a cada paso con las presiones desformantes de la vida corriente; a cada paso libra una batalla con la esfera cultural, hinchada hasta la exageración, que le imponen a él y a nosotros las muecas del mono sabio.

Gombrowicz se parece a los personajes de sus libros, a veces infantil, tonto, estrafalario y grotesco y otras veces, brillante, genial y trágico; como si una de sus manos estuviera tomada por Dios y la otra por una vida sin valor, derrotada, derrumbada y absorbida por un remolino del cosmos que lo arrastra hacia lo bajo.

Pero Gombrowicz, en medio de esta soledad, se las arregla para provocar escándalos arriba y abajo, buscando su fracaso personal y mundano. Este proyecto no lo concibió seguramente al nivel del conocimiento y la voluntad, sino que le fue dictado desde la hondura del ser, pero al final de su vida esta disposición patética se convirtió en conciente y premeditada, a la que parecía manejar desde una lejanía dramática, que lo acercó más al mundo pero lo alejó un poco de nosotros.

La poesía y el humor perverso de Gombrowicz no son una muestra tardía de la literatura del absurdo ni tampoco una combinación de juegos estetizantes. Su visión del mundo no proclama la vuelta al pasado ni es un desarrollo del irracionalismo simbólico. Tiene un parentesco de primos lejanos con el existencialismo y el estructuralismo, pero la diferencia específica e insalvable entre su obra y estos parientes lejanos encuentra su raíz en el origen de la inspiración: para Gombrowicz en el dolor y en la belleza, para los primos en la epistemología y en la conciencia.

Los personajes de Gombrowicz son arrojados, formado juntos una víctima para un Moloc desconocido, a las realidades típicamente modernas: la escuela, la familia, la cultura, el amor, la extracción social, la nación.

La fuerte polarizacion de estas estructuras los obliga a pensar, sentir y actuar de una manera particular que les resulta extraña, sometiéndolos alternativamente al infantilismo y a la seriedad. Aunque se dan cuenta de que sucumben a un proceso de falsificación y tratan de huir de sí mismos y de los otros, no consiguen liberarse.

Gombrowicz caracteriza esta dialéctica de mundos opuestos y complementarios como una lucha entre los principios de la Forma y de la Inmadurez que, desde un punto de vista estrictamente filosófico, resultan tan básicos para la descripción del hombre como cualquiera de las reducciones ontológicas llevadas a cabo por el existencialismo contemporáneo.

Pero Gombrowicz ha conseguido estilizar, además, una profunda tendencia de nuestra época que resbala por igual entre las manos de los artistas y de los filósofos: la integración del cuerpo en la conciencia.

Los conceptos y las realidades abstractas de su obra están sumergidos en los actos y en los cuerpos de sus personajes. A través del erotismo, la seducción, la perversión, el dolor y la sensualidad se ajustan alternativamente a polifonías trágicas y burbujeantes que nacen entre ellos casi por azar y los presionan desde afuera.

Una idea seria impersonal y responsable se les impregna imprevistamente de lascivia y no porque el objeto de esa idea sea la concupiscencia sino por la manera de expresarla, por la tonalidad inesperada de las voces, por una peculiar relación establecida involuntariamente entre las manos, por una atracción repentina entre las piernas o por un desvío ilegítimo del brazo izquierdo.

La conciencia transparente descarnada sublime y orgullosa es atrapada por esta música carnal, cae de rodillas ante el cuerpo liberador y se incorpora a la tierra.

Un polaco perdido en Argentina durante 24 años que acostumbraba a proclamarse conde y pertenecía a la nobleza polaca; pero cuántas luchas, cuánto trabajo para no dejarse definir por nada; ni por la clase social, ni por la literatura, ni por el espíritu. Cuánto empeño ponía para quedarse en las antesalas pues el crecimiento de alguna de esas formas lo intranquilizaba como si necesitara que cada una de ellas ejerciera un control compensatorio sobre las otras. �Por qué no pudo encontrar un refugio en la literatura? �Por qué no cierta paz? Porque una mano que lo agarraba por la garganta lo convertía en Artista, en un fabricante de formas, en la Forma de las formas y se hundía y desmoronaba en el centro de su propio valor.

Gombrowicz soportaba el asalto de estas energías demoníacas inflando sus máscaras hasta que como globos ridículos, se desprendían e iniciaban un viaje ajeno y fantasmagórico pero por fuera de él.

Desconfiaba de la Verdad, del Arte y de lo Auténtico o, mejor dicho, del sentido actual de estas palabras. Era partidario del aflojamiento, le quitaba lastre a las cargas desformantes y con las manos libres y cierta ligereza su Verdad se volvía marginal y aparecía de costado, en diagonal, y nunca de propósito: y la Autenticidad se le daba como un hecho y no como una búsqueda.

Los protagonistas de su obra son una parodia de Gombrowicz, hondamente artística y sumergida en un sueño conciente. Estos poemas prácticos llenos de una gracia conmovedora, heridos por el sufrimiento y el derrumbe, no son tan sólo la voz que confiesa a su autor sino a todos los hombres.

El libro en el que Gombrowicz se alcanza a sí mismo y a partir del cual su estilo queda configurado es Ferdydurke.

Pepe, su personaje principal, siente que su ser exterior e íntimo le es impuesto, a la vez, por los seres vinculados a su vida y por la región impersonal de significaciones y valores donde los actos quedan atrapados, clasificados y clausurados. De modo que se ve obligado a adaptarse a la idea que los otros se forman sobre él y le resulta imposible alejarse de esta imagen porque, teniéndola frente a su cara, no le pertenece y lo sobrepasa.

Los esfuerzos para salir de sí mismo, natural y espontáneamente, también fracasan. Cada gesto dirigido hacia afuera le es devuelto bajo un aspecto irreconocible pues Pepe intenta acercarse a la gente de un modo directo y desnudo pero su pretensión tropieza con escollos infinitos.

La clase de distancia que lo separa del señor X no puede salvarse de un salto personal y simple debido a que, en rigor, nunca toma contacto con este señor X sino con su forma. �Por qué? El señor X, por ejemplo, es amigo de Juan, esposo de Beatriz, hijo de Pedro, empleado de oficina, revolucionario, agnóstico, sensible a la pintura y a la música, avaro e inclinado a las meditaciones filosóficas.

El señor X representa y lleva consigo estas realidades que, por ser comunes a otros hombres, se despersonalizan y agigantan desdoblándolo. Sus maneras de ser llegan a Pepe, después de haber recibido un soplo de intelegibilidad y rigidez, vale decir, una figura interhumana.

El concreto señor X se convierte, involuntariamente, en un mensajero de lo abstracto y cargado por significados de los que no es dueño ni responsable, presiona sobre nuestro protagonista que, perdido en un laberinto inconmensurable, es sometido y arrastrado a la inferioridad.

Pepe se da cuenta que estas formas no están hechas a la medida de su existencia privada, informe, más discreta y cálida, más apartada y acogedora. Sabe que este mundo bajo alumbra con luz diferente, menos intensa pero más seductora, a él y los demás. Pero los caminos para llegar a la Inmadurez también están cerrados por el fracaso, pues si dirige hacia allí la mirada, esta región tibia sube a la superficie, adquiere la transparencia de la Forma y se aleja sin remedio de sus manos.

Por otra parte, la intervención franca de este clima liviano, reduce a nuestro señor X a dimensiones ridículas y demasiado pueriles.

Pepe se libera de la situación inferior que lo atormenta pero la inmadurez le impide realizarse y entonces, cae nuevamente en la original deformación interhumana.

Este proceso de falsificación es interminable; ante él no hay huida posible. Estamos forzados a representar artificialmente nuestras propias vidas. Esta revelación le ha permitido a Gombrowicz recuperar la dignidad perdida y reconquistar su libertad interior tomando distancia frente a todo aquello que lo define y traiciona en el escenario del mundo.

Gombrowicz está en nosotros pero hay que encontrarlo, así como yo, Juan Carlos Gómez, nacido un 26 de noviembre de 1934, lo he encontrado, porque los nombres de GOMbrowicZ y de GOMeZ empiezan y teminan con iguales letras y de la misma manera y porque, fracasado el conjuro de mis palabras para traerlo nuevamente a Buenos Aires tuve que cabalgar sobre el tiempo y buscar allá en Vence una forma misteriosa del destino para acompañar a Gombrowicz hasta su muerte.

Adiós querido polaco. Mi amigo, mi señor y mi maestro.

 

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