Consideremos la sorpresa como elemento de la victoria. En la guerra, si nuestro ejército sorprende al enemigo, tendrá una ventaja decisiva. En el arte, que es lo que ahora nos concierne, la sorpresa significa que ya el lector, ya el que mira o ya el que escucha, serán tomados desprevenidos, y que entonces el mensaje artístico (para decirlo de modo científico) llegará directamente al inconsciente del que lo recibe, y así conseguirá su máximo efecto.
En un ensayo previo, “The Truth Shall Make You Laugh” ("La verdad os hará reír") (Offcourse #38), recordamos un slogan de los rebeldes de Mayo del 68: “Toute vue des choses qui n’est pas étrange est fausse”. Toda visión de las cosas que no sea extraña es falsa. En otras palabras, la verdad debe tomarnos de sorpresa. Hagamos algo que deberíamos haber hecho en el ensayo previo pero que no hicimos: subamos un escalón e investiguemos la verdad de la afirmación parisina acerca de la verdad (en términos lógicos, hablemos un metalenguaje donde podamos comentar el slogan citado). Específicamente, ¿satisface nuestro slogan el criterio de verdad que propone? Para cualquiera mínimamente al tanto del arte moderno, la respuesta es que no, y esto porque el slogan mismo es cosa viejísima y nada extraña. Mucho antes de Mayo del 68, los surrealistas decían lo mismo, y sus obras estaban calculadas, en gran medida, como para sorprender al público mediante lo extraño de esas visiones, leur étrangeté: taza y plato forrados de piel, plancha dientuda, locomotora saliendo de una chimenea, etc. Los futuristas decían cosa parecida antes que los surrealistas. Y antes que todos ellos, en el siglo dieciocho, el famoso escritor inglés Laurence Sterne declaraba que si pensara él que sus lectores pudiesen formar la menor conjetura o sospecha de lo que iba a suceder en la página siguiente—pues bien, la destrozaría.
Así que, empleando nada más que su propio criterio, y puesto que el slogan no nos dice nada nuevo, extraño, ni sorprendente, el slogan debe ser falso.
El elemento sorpresa es como un revólver, muy útil si lo que queremos es matar a alguien, pero sin necesaria relación con la verdad. Desde un punto de vista estético, el elemento de sorpresa podrá tener valor de marketing, pero, considerado en sí mismo, ningún valor de verdad—como sea que relacionemos arte y verdad. El mandamiento que el arte debe sorprender es auto-destructivo y perverso, a pesar de lo que siempre dicen a los escritores los buenos agentes literarios de los Estados Unidos—“Si usted quiere que lo represente, sorpréndame…” Por supuesto, lo de la sorpresa es el principio que caracteriza a las vanguardias, y es justo y apropiado que sea ésa una metáfora militar, y que las vanguardias sean devoradas por el mismo principio que las define.
Nada de nuevo ni sorprendente en todo esto. Pero veamos algo que sí puede resultar nuevo en este contexto. Hay una paradoja, bien conocida por lógicos y filósofos, llamada “la paradoja de la prueba sorpresa” http://plato.stanford.edu/entries/epistemic-paradoxes/#SurTesPar, que ilumina el problema del slogan de París y las vanguardias artísticas. He aquí la paradoja.
Un profesor que enseña una clase todas las mañanas de lunes a viernes anuncia a los alumnos que la semana que viene tomará una prueba sorpresa. Un alumno levanta la mano y dice que lo que anuncia el profesor es imposible. En efecto (dice el alumno), supongamos que llega el jueves a la tarde y no hubo prueba; eso quiere decir que la prueba será el viernes, el último día de la semana. Pero no sería una sorpresa. Así que, puesto que usted nos dice que la prueba será una sorpresa, podemos concluir con seguridad que no puede usted tomarla el viernes. Ahora bien, sabiendo esto, llegada la tarde del miércoles, si usted no nos ha tomado todavía esa prueba, entonces sabemos que tendrá que tomarla el jueves (puesto que el viernes ya ha sido desechado), y ya no será una sorpresa. Hemos demostrado que la prueba sorpresa no podrá ocurrir ni el viernes ni el jueves. Está claro cómo seguir. De manera similar, en tres pasos, miércoles, martes y lunes serán eliminados. ¿Qué ocurre? Debe haber algún error en alguna parte, puesto que el profesor llega el martes (pongamos como ejemplo) y toma su prueba—de sorpresa.
Existen varias interpretaciones y explicaciones de dónde está el error, o sea de cómo disolver la paradoja. Yo prefiero mi propia interpretación: anunciar que una sorpresa debe ocurrir implica contradicción; si queremos mantener activo el elemento sorpresa, tenemos que permitir la posibilidad de que pueda no haber sorpresa alguna. Interpretado de esa manera, el razonamiento del alumno falla en el primer paso. En otras palabras, el profesor tendría que haber dicho: “la semana que viene puede haber una prueba sorpresa”. O: “habrá una prueba que podrá ser una sorpresa”.
La sustitución radical de debe por puede, digo yo, es la condición lógica necesaria para que pueda haber novedad y sorpresa. Ni el ukase ni el Führerbefehl son compatibles con lo nuevo ni con la auténtica sorpresa. Sin embargo, los autores de manifiestos y los vendedores de futuros felices se negarán a verlo así. Puede ser parece tan débil comparado con debe ser— ¿cómo excitar muchedumbres con puede ser? Imposible. Pero ahí está el problema, precisamente. Para que nazca lo nuevo, puede ser que haya que renunciar a excitar muchedumbres. Puede ser que haya que permitir la irrupción de lo peculiar, de aquéllo que adviene sin necesidad. Lo que podría llegar a ser otra paradoja.
Ruben Grau nos dice:
Instalación Titulo : ¿Dónde? Año 1997. Seis delantales escolares de diversos materiales La instalación se compone de una gran pizarrón con un fragmento de texto de T.S.Eliot: “¿Dónde está la sabiduría que perdimos en conocimiento? ¿Dónde el conocimiento que perdidmos en información?” Y 5 delantales de diversos materiales : Educación en el poder (material: plomo), en la poética (mat: hojas,ramas,cera), en la represión (mat: tizas y sogas), en la culpa (mat: jabón blanco federal), en el olvido (mat. fieltro de borradores) El sexto un delantal blanco flameaba cerca de techo de la sala con un cielo estrellado proyectado sobre el mismo y representaba la Educación en la libertad.